Emma no era una chica de muchas palabras. Es más, te cautivaba a través de sus ojos. Como me cautivó a mí. Y allí estaba ella, contemplando el atardecer desde la playa, observando desde la arena como el sol desaparecía por la línea del horizonte interrumpida solo por las olas. Una perfección imperfecta. Como ella. Emma era misteriosa, guardaba cientos de libros en su casa. A mi pregunta de para qué le servían, ella siempre contestaba lo mismo, que un libro era el mejor instrumento. Para cualquier cosa. De los libros, decía, había aprendido muchísimas cosas.
Al verme caminando frente al calmado piélago se levantó y corrió hacia mí. Se alegraba de verme.
Desde la primera vez que la vi aquel día de verano de hacía un año, no se había mostrado tan afectuosa conmigo, nunca. Su pasión eran los libros, y por supuesto alguien como yo iba mucho después.
- "¿Qué te pasa?" pregunté
- "Nada, tan solo tenía ganas de hacerlo." respondió súbitamente.
Emma era una chica que sabía escuchar a los demás. No decía mucho, pero su mirada bastaba para saber si estaba de tu parte o no. Emma sabía apoyarme, apoyarme como nadie había hecho antes. Después, desapareció.
Tuvieron que pasar varios meses hasta que la volviese a ver sentada en el alféizar de la ventana de mi dormitorio. Su liso pelo pelirrojo se rendía a la voluntad del viento, que lo alborotaba.
- "Tú..." - dije - "has vuelto... ¿Dónde estuviste todo este tiem..."
- "Calla" susurró, a la vez que acercaba sus labios a los míos.
Recuerdo que dormimos juntos, y que el amanecer a su lado, era aún más bonito. También recuerdo que cuando desperté encontré sus punzantes ojos clavados en los míos. -"No te vuelvas a ir, nunca" - espeté; "Nunca, lo prometo" - respondió con voz trémula. La esperaba todas las noches en mi habitación, y ahí estaba ella, apoyada en el alféizar, con su inocente sonrisa y sus exóticos ojos. Era ya costumbre dormir acurrucado en su pecho y acariciar su pelo mientras dormía. Besar su cuello y estremecer.
Esa era Emma. Por fin se dejaba querer. Aprovechaba alguna de esas eternas noches para escribir algo, cualquier cosa sobre ella, mientras la observaba descansar...
Pero Emma volvió a desaparecer. La busqué día tras día, mientras veía que mi mundo, sin ella, se desvanecía lentamente. Volvía a leer los libros que yo mismo había escrito sobre ella, y me daba cuenta de que tenía razón. Los libros me enseñaron a recordar, pero también me enseñaron a extrañarla. A Emma. A alguien que no estaba seguro ni siquiera de haber poseído nunca.
Las pesadillas volvían a mi mente cada noche. Me desvelaban. El céfiro gritaba su nombre, y yo, desconcertado, escuchaba aquella música producida por las hojas sacudidas por el viento como si de oro se tratase. No podía permitirme volver a perderla. No otra vez, porque ésta sabía que ella no iba a volver. He de reconocer que Emma supuso una obsesión para mí. No sabía ni lo que sentía, era todo tan confuso que mi mente no alcanzaba comprender el significado de todo.
Dos años desde que conocí a Emma, dos años llenos de sentimientos que poco a poco me abandonaban, como había hecho ya ella hacía meses. "Debería haberlo supuesto"- pensé - "nunca seré más importante que esos estúpidos libros. Ojalá le hubiesen enseñado también a querer, a querer de la manera que yo la quise a ella. De la misma manera que yo amé a Emma." En ese tiempo la literatura no era suficiente para no traerla a mi memoria, así que decidí tomar clases de pintura. Pero no ayudaba. Me empeñaba en dibujar una chica con el cabello anaranjado, alguien que al parecer solo yo conocía: Emma.
Casi tres años después de conocernos, Emma volvió a aparecer. La encontré sentada en las escaleras de mi casa, esperándome, mientras el sol ardiente iluminaba su cara. Tres largos veranos habían pasado ya. Y no podía creer lo que veía. Estaba allí, esbozando su típica sonrisa, y al verme se levantó de un brinco. Creía que el calor me afectaba y que era una simple imagen creada por mi cabeza y mi preocupante obsesión con ella. Pero no, era real, mis labios pudieron comprobarlo. La invité a pasar, y le enseñé todos mis cuadros y mis libros mientras destellos de ilusión salían de sus ojos. Pasamos la tarde juntos, y las yemas de mis dedos empapadas en pintura dibujaron sobre su cuerpo aquel mar que nos conoció hace ya tiempo.
- "Vamos a la playa, por favor" - imploró - "al sitio donde nos conocimos."
- "Está bien, tardaremos poco con el coche" dije, casi sin pensarlo.
Subimos rápidamente al coche para no perder ni un solo segundo y conduje camino a la playa. Había mucho tráfico, por eso decidí desviarme por un sendero alternativo, un atajo que poca gente conocía. La radio sonaba fuerte y Emma cantaba. Tenía una voz muy bonita. Pero otro coche, desafortunadamente, se cruzó en nuestro camino. NEGRO.
Al abrir los ojos deduje que había muerto, era todo blanco en ese lugar. Una desierta sala de color blanco me rodeaba, y hasta yo mismo iba de blanco. No recordaba haberme cambiado de ropa en ningún momento. De repente entró una persona.
- "¿Cómo te encuentras?" - preguntó amablemente - "soy el doctor y ven..."
- "¿DÓNDE ESTÁ? ¿DÓNDE ESTÁ ELLA? ¿DÓNDE ESTÁ EMMA?" chillé.
- "Perdone, pero en el coche iba usted solo... no se presentó ninguna otra incidencia..." - dijo mientras me intentaba calmar - "pero déjeme terminar, yo vengo aquí a hablar sobre esa tal... Emma. He hablado con sus amigos y ellos aseguran que no pudieron verla nunca, que esa chica... era fruto de su imaginación"
- " No puede ser... pasé muchas noches con ella, no, tiene que haber un error..."
- "Lo siento, pero la única explicación que encuentro es que esa persona creada por su mente aparecía en los momentos en los que usted más lo necesitaba, esa imaginación le llegó incluso a quitar el sueño..."
Nunca volví a verla, y de verdad que lo necesitaba, necesitaba cerciorarme de que ella existía de verdad, que era palpable... y eso me llevó a enloquecer. Lo último que recuerdo antes de saltar fue un tímido "perdón" producido por el viento al que contesté con un simple "Te quiero". A continuación dejé que el piélago me arrastrara a su gusto. No me quedaba nada por lo que permanecer aquí, Emma no estaba y por su culpa, yo estaba loco.