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16 de agosto de 2012

Brevis furor


          Cierro los ojos, suspiro. Siento como tus manos se pasean por mi cara, siento como los escalofríos recorren mi espalda cuando mi piel se encuentra con ellas.
Noto tu respiración cada vez más cerca, te rodeo con mis brazos y te abrazo con fuerza. Deseo que este momento no acabe nunca. Es un abrazo con sabor a “quédate aquí conmigo. Siempre, por favor”. Tus labios rozan mi cuello y todo mi cuerpo se estremece, espero que no sea un sueño. Recorro tu abdomen con la yema de mis dedos. Me abrazas y siento el calor de tu cuerpo, el fuego de tu alma; me siento el ser más protegido del universo, me enloquezco cuando te siento respirar fuerte y aspirar el olor de mi cabello. Al fin me besas… no hay sensación más placentera que la que da un beso de tu labios. Sentirte así, aquí, me pone el corazón a mil. Deseo que no pares nunca, deseo que esta noche no termine… pero todo se desvanece.

          Empiezo a abrir los ojos con la esperanza de que no haya sido un sueño. Lentamente tu figura se delinea  al otro lado de la cama. No puedo creerlo, todo lo que soñaba está a menos de un palmo de mí. Y ahí estás tú, durmiendo bajo la sábana mientras yo te abrazo y susurro un “te quiero”. Te beso el cuello y alcanzo a oír tu tímida risa. Junto nuestros cuerpos decidido a protegerte. Te giras lentamente y susurras “buenos días” mientras te frotas los ojos; parece que hemos tenido el mismo sueño y que los dos nos hemos despertado sorprendidos. “Estoy aquí, dame la mano” susurro, mientras te escondes bajo la sábana. Siento cómo nuestras manos se juntan y nuestros dedos se entrelazan tan fuerte que me cercioro del todo que estás a mi lado, que eres de verdad, que lo que pasó en mi sueño, fue también la más bonita realidad.

          Y ahí estás tú, abrazándome bajo la sábana que fue testigo de lo que sucedió la pasada noche.

3 de julio de 2012

Waterline


Y aquí estoy, sentado frente a mi mar, escuchando las olas en su fiero movimiento y viendo como mueren impactando contra la bahía. Mi corazón va al compás del movimiento del viento, tranquilo como la suave brisa de la mañana y agitado como el céfiro que sopla cuando Nix coloca las estrellas. El horizonte separa las cristalinas aguas del cielo tintado de naranja, y el Sol, perdiéndose por la delgada línea, se refleja espectacular en el agua. Agarro un puñado de arena entre mis manos. Está fría, helada. Como mis recuerdos. Parece que el ardiente Sol no ha bronceado mucho los granos y ahora no queman como de costumbre. Las gaviotas vuelan alto y soy capaz de apreciar el fuerte olor de la sal que me rodea. Cojo aire fuerte, para llenarme los pulmones. Cierro los ojos para imaginarme directamente dentro de mi mar, ese mar que me recuerda a ti. Noto como se acelera mi corazón cuando en mi mente aparece tu nombre, cuando tus besos conquistan mi alma, cuando tus sonrisas me ganan. Pero de repente todo se rompe, y ahí estoy yo solo, volando como una de esas gaviotas que buscan su lugar, escapando de su prisión y volando al fin por la inmensidad.
Abro los ojos… ¿dónde estoy? Mi piel mojada se estremece y la arena que conservaba en mis puños se desvanece por el agua como los recuerdos. Necesitaba respirar. Mi corazón está a punto de estallar. ¿Es acaso por haber pasado tanto tiempo bajo el agua o porque sólo he pensado en ti?

29 de mayo de 2012

Quare id faciam, fortasse requiris.

Porque me tendiste tu mano cuando lo necesitaba, te odio y te amo.
Porque me dejaste después caer, te odio y te amo.
Porque prometiste un "para siempre", te odio y te amo.
Porque te fuiste, te odio y te amo.
Porque pasamos tantas noches de lágrimas, te odio y te amo.
Porque otras tantas las pasamos en vela, te odio y te amo.
Porque fuiste mi sonrisa, te odio y te amo.
Porque fuiste mis lágrimas, te odio y te amo.
Porque a todos y cada uno de tus "te quiero" yo contestaba "yo más", te odio y te amo.
Porque no quise escuchar ninguno de tus "te odio", te odio y te amo.
Porque un día tus labios fueron míos, te odio y te amo.
Porque te quise, te odio y te amo.
Porque ahora no somos nada, te odio y te amo.
Porque nunca podré dejar de quererte, me odio y te amo.



14 de abril de 2012

Prosit!


Brindo por ti. Porque me enseñaste que podía tocar el cielo con mis manos, pero también me enseñaste que mis pies estaban en la tierra. Porque me enseñaste a sonreír, y a la vez la persona que mas lágrimas me sacó. Me dijiste las palabras más cálidas, pero me dejaste desprotegido  en el más frío invierno. Porque me valoraste e infravaloraste. Porque te amé con rabia, con odio, y te odié con todo mi amor. Porque me volviste loco, pero me hiciste feliz. Brindo por tus celos, por tu locura, por tu amor, por el dolor que me causaste, porque hiciste ver que no era suficiente para ti. Brindo por tu mirada en la que alguna vez me perdí, y en la que tantas veces me encontré. Brindo por tu sonrisa que me hizo, hace, y siempre me hará feliz. Brindo por el corazón que nunca llegué a enamorar, pero que latió por mí en varios momentos, y brindo por el mío, al que enamoraste. Brindo por lo fiel que fue mi mano al no querer soltarte. Brindo por la tuya, por dejarme caer. Brindo por tus brazos que me abrazaron cuando lo necesitaba. Brindo por tus labios que alguna vez soñé rozar, esos labios que ahora se clavan en mi cuello produciéndome escalofríos. Brindo por tu alma a la que alguna vez me agarré y me sentí seguro. Brindo por tus noches en vela, que esperaban pacientes que me despertase para darme los buenos días. Brindo por Morfeo, que me acogía aquellas noches en las que tú no estabas. Brindo por tu cabeza, en la que muchas veces estuve, y que ahora me quiere olvidar. Brindo por los recuerdos, la melancolía, la nostalgia. Brindo porque ya no estás más a mi lado, donde me hiciste tan feliz y tanto mal. Brindo por mi amor, por tu querer, porque te fuiste para no volver. Brindo, porqué no, por mí. Brindo por un “nosotros” que nunca llegó a ser. Brindo por el amor que me robaste, para después no devolverme. Brindo por el tiempo, que fue testigo. Brindo por ti.

17 de marzo de 2012

Emma

Emma no era una chica de muchas palabras. Es más, te cautivaba a través de sus ojos. Como me cautivó a mí. Y allí estaba ella, contemplando el atardecer desde la playa, observando desde la arena como el sol desaparecía por la línea del horizonte interrumpida solo por las olas. Una perfección imperfecta. Como ella. Emma era misteriosa, guardaba cientos de libros en su casa. A mi pregunta de para qué le servían, ella siempre contestaba lo mismo, que un libro era el mejor instrumento. Para cualquier cosa. De los  libros, decía, había aprendido muchísimas cosas.
Al verme caminando frente al calmado piélago se levantó y corrió hacia mí. Se alegraba de verme. 
Desde la primera vez que la vi aquel día de verano de hacía un año, no se había mostrado tan afectuosa conmigo, nunca. Su pasión eran los libros, y por supuesto alguien como yo iba mucho después. 
- "¿Qué te pasa?" pregunté
- "Nada, tan solo tenía ganas de hacerlo." respondió súbitamente.

Emma era una chica que sabía escuchar a los demás. No decía mucho, pero su mirada bastaba para saber si estaba de tu parte o no. Emma sabía apoyarme, apoyarme como nadie había hecho antes. Después, desapareció. 

Tuvieron que pasar varios meses hasta que la volviese a ver sentada en el alféizar de la ventana de mi dormitorio.  Su liso pelo pelirrojo se rendía a la voluntad del viento, que lo alborotaba. 
- "Tú..." - dije - "has vuelto... ¿Dónde estuviste todo este tiem..."
- "Calla" susurró, a la vez que acercaba sus labios a los míos.
Recuerdo que dormimos juntos, y que el amanecer a su lado, era aún más bonito. También recuerdo que cuando desperté encontré sus punzantes ojos clavados en los míos.  -"No te vuelvas a ir, nunca" - espeté; "Nunca, lo prometo" - respondió con voz trémula. La esperaba todas las noches en mi habitación, y ahí estaba ella, apoyada en el alféizar, con su inocente sonrisa y sus exóticos ojos. Era ya costumbre dormir acurrucado en su pecho y acariciar su pelo mientras dormía. Besar su cuello y estremecer. 
Esa era Emma. Por fin se dejaba querer. Aprovechaba alguna de esas eternas noches para escribir algo, cualquier cosa sobre ella, mientras la observaba descansar...

Pero Emma volvió a desaparecer. La busqué día tras día, mientras veía que mi mundo, sin ella, se desvanecía lentamente. Volvía a leer los libros que yo mismo había escrito sobre ella, y me daba cuenta de que tenía razón. Los libros me enseñaron a recordar, pero también me enseñaron a extrañarla. A Emma. A alguien que no estaba seguro ni siquiera de haber poseído nunca. 
Las pesadillas volvían a mi mente cada noche. Me desvelaban. El céfiro gritaba su nombre, y yo, desconcertado, escuchaba aquella música producida por las hojas sacudidas por el viento como si de oro se tratase. No podía permitirme volver a perderla. No otra vez, porque ésta sabía que ella no iba a volver. He de reconocer que Emma supuso una obsesión para mí. No sabía ni lo que sentía, era todo tan confuso que mi mente no alcanzaba comprender el significado de todo.

Dos años desde que conocí a Emma, dos años llenos de sentimientos que poco a poco me abandonaban, como había hecho ya ella hacía meses. "Debería haberlo supuesto"- pensé - "nunca seré más importante que esos estúpidos libros. Ojalá le hubiesen enseñado también a querer, a querer de la manera que yo la quise a ella. De la misma manera que yo amé a Emma."  En ese tiempo la literatura no era suficiente para no traerla a mi memoria, así que decidí tomar clases de pintura. Pero no ayudaba. Me empeñaba en dibujar una chica con el cabello anaranjado, alguien que al parecer solo yo conocía: Emma.

Casi tres años después de conocernos, Emma volvió a aparecer. La encontré sentada en las escaleras de mi casa, esperándome, mientras el sol ardiente iluminaba su cara. Tres largos veranos habían pasado ya. Y no podía creer lo que veía. Estaba allí, esbozando su típica sonrisa, y al verme se levantó de un brinco. Creía que el calor me afectaba y que era una simple imagen creada por mi cabeza y mi preocupante obsesión con ella. Pero no, era real, mis labios pudieron comprobarlo. La invité a pasar, y le enseñé todos mis cuadros y mis libros mientras destellos de ilusión salían de sus ojos. Pasamos la tarde juntos, y las yemas de mis dedos empapadas en pintura dibujaron sobre su cuerpo aquel mar que nos conoció hace ya tiempo.
- "Vamos a la playa, por favor" - imploró - "al sitio donde nos conocimos."
- "Está bien, tardaremos poco con el coche" dije, casi sin pensarlo.
Subimos rápidamente al coche para no perder ni un solo segundo y conduje camino a la playa. Había mucho tráfico, por eso decidí desviarme por un sendero alternativo, un atajo que poca gente conocía.  La radio sonaba fuerte y Emma cantaba. Tenía una voz muy bonita. Pero otro coche, desafortunadamente, se cruzó en nuestro camino. NEGRO. 
Al abrir los ojos deduje que había muerto, era todo blanco en ese lugar. Una desierta sala de color blanco me rodeaba, y hasta yo mismo iba de blanco. No recordaba haberme cambiado de ropa en ningún momento. De repente entró una persona.
- "¿Cómo te encuentras?" - preguntó amablemente - "soy el doctor y ven..."
- "¿DÓNDE ESTÁ? ¿DÓNDE ESTÁ ELLA? ¿DÓNDE ESTÁ EMMA?" chillé.
- "Perdone, pero en el coche iba usted solo... no se presentó ninguna otra incidencia..." - dijo mientras me intentaba calmar - "pero déjeme terminar, yo vengo aquí a hablar sobre esa tal... Emma. He hablado con sus amigos y ellos aseguran que no pudieron verla nunca, que esa chica... era fruto de su imaginación"
- " No puede ser... pasé muchas noches con ella, no, tiene que haber un error..."
- "Lo siento, pero la única explicación que encuentro es que esa persona creada por su mente aparecía en los momentos en los que usted más lo necesitaba, esa imaginación le llegó incluso a quitar el sueño..."

Nunca volví a verla, y de verdad que lo necesitaba, necesitaba cerciorarme de que ella existía de verdad, que era palpable... y eso me llevó a enloquecer. Lo último que recuerdo antes de saltar fue un tímido "perdón" producido por el viento al que contesté con un simple "Te quiero". A continuación dejé que el piélago me arrastrara a su gusto. No me quedaba nada por lo que permanecer aquí, Emma no estaba y por su culpa, yo estaba loco.

1 de enero de 2012

Cordis lacrimae.


No me acordaba que las lágrimas de Ave Fénix no podían curar las heridas de mi corazón. Heridas que no pudiste evitar provocarme con tus palabras. Ni con tus actos.

Pero antes todo esto era distinto, era diferente. No sabría darle un nombre a lo que pasó, cambié el rumbo de mi vida en base a las emociones que sentí, por los escalofríos que parecían nacer en la parte más intima de mi ánimo para después morir sobre mi espalda, en mis brazos; por los latidos de mi corazón que casi me mataron… por todo esto y por todo lo que no sabes y no sabrás jamás, cambié el rumbo de mi vida, que nunca volverá a ser la misma.
No sé que nombre pueda tener un sentimiento así. A lo mejor ninguno, a lo mejor todos los nombre que somos capaces de otorgar a las cosas que sentimos y que le dan sentido a nuestra vida. No te he amado por aburrimiento, o por soledad, o por capricho, o para llenar un vacío. Puede que técnicamente “amado” no sea tampoco la palabra correcta. Sé solo que he sentido algo nuevo, he descubierto recovecos de mi corazón que no sabía ni que existieran, he sido golpeado y atravesado por emociones que no sé explicar, y que posiblemente no haya sabido vivirlas por el miedo a perderlas demasiado pronto.

Te he amado porque el deseo de tenerte era más fuerte que cualquier otro tipo de felicidad.

Pero ahora no estás, y me refugio en mi mar, en la playa. Observo el Sol que desaparece por el horizonte. Pero después apareces tú, lo más peligroso ahora, y todavía parece que tu esencia me reclama, me confunde en un millón de diferentes emociones, me atrapa en un vórtice de sensaciones. Pero tengo que estar alerta, continuar un poco lejos de ti, porque sé que me volveré a hacer daño si me acerco demasiado.

Afortunadamente he aprendido a encajar los golpes, a apartarme cuando me atacas, a atacarte con una sonrisa cuando menos te lo esperas. Porque estoy seguro de que nada me puede destruir, cuando ante mí sigo teniendo el mar, y en el corazón la conciencia de que soy invisible.

Parece que esas lágrimas de Fénix no son más que las mías, que recorren mi rostro y mueren ahogadas en mi pecho. Pero voy a ser fuerte, por los dos, porque aunque me hayas herido, todavía me quieres.