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1 de enero de 2012

Cordis lacrimae.


No me acordaba que las lágrimas de Ave Fénix no podían curar las heridas de mi corazón. Heridas que no pudiste evitar provocarme con tus palabras. Ni con tus actos.

Pero antes todo esto era distinto, era diferente. No sabría darle un nombre a lo que pasó, cambié el rumbo de mi vida en base a las emociones que sentí, por los escalofríos que parecían nacer en la parte más intima de mi ánimo para después morir sobre mi espalda, en mis brazos; por los latidos de mi corazón que casi me mataron… por todo esto y por todo lo que no sabes y no sabrás jamás, cambié el rumbo de mi vida, que nunca volverá a ser la misma.
No sé que nombre pueda tener un sentimiento así. A lo mejor ninguno, a lo mejor todos los nombre que somos capaces de otorgar a las cosas que sentimos y que le dan sentido a nuestra vida. No te he amado por aburrimiento, o por soledad, o por capricho, o para llenar un vacío. Puede que técnicamente “amado” no sea tampoco la palabra correcta. Sé solo que he sentido algo nuevo, he descubierto recovecos de mi corazón que no sabía ni que existieran, he sido golpeado y atravesado por emociones que no sé explicar, y que posiblemente no haya sabido vivirlas por el miedo a perderlas demasiado pronto.

Te he amado porque el deseo de tenerte era más fuerte que cualquier otro tipo de felicidad.

Pero ahora no estás, y me refugio en mi mar, en la playa. Observo el Sol que desaparece por el horizonte. Pero después apareces tú, lo más peligroso ahora, y todavía parece que tu esencia me reclama, me confunde en un millón de diferentes emociones, me atrapa en un vórtice de sensaciones. Pero tengo que estar alerta, continuar un poco lejos de ti, porque sé que me volveré a hacer daño si me acerco demasiado.

Afortunadamente he aprendido a encajar los golpes, a apartarme cuando me atacas, a atacarte con una sonrisa cuando menos te lo esperas. Porque estoy seguro de que nada me puede destruir, cuando ante mí sigo teniendo el mar, y en el corazón la conciencia de que soy invisible.

Parece que esas lágrimas de Fénix no son más que las mías, que recorren mi rostro y mueren ahogadas en mi pecho. Pero voy a ser fuerte, por los dos, porque aunque me hayas herido, todavía me quieres.