Cierro los ojos, suspiro. Siento como tus manos se pasean
por mi cara, siento como los escalofríos recorren mi espalda cuando mi piel se
encuentra con ellas.
Noto tu respiración cada vez más cerca, te rodeo con mis
brazos y te abrazo con fuerza. Deseo que este momento no acabe nunca. Es un
abrazo con sabor a “quédate aquí conmigo. Siempre, por favor”. Tus labios rozan
mi cuello y todo mi cuerpo se estremece, espero que no sea un sueño. Recorro tu
abdomen con la yema de mis dedos. Me abrazas y siento el calor de tu cuerpo, el
fuego de tu alma; me siento el ser más protegido del universo, me enloquezco
cuando te siento respirar fuerte y aspirar el olor de mi cabello. Al fin me
besas… no hay sensación más placentera que la que da un beso de tu labios.
Sentirte así, aquí, me pone el corazón a mil. Deseo que no pares nunca, deseo
que esta noche no termine… pero todo se desvanece.
Empiezo a abrir los ojos con la esperanza de que no haya
sido un sueño. Lentamente tu figura se delinea
al otro lado de la cama. No puedo creerlo, todo lo que soñaba está a
menos de un palmo de mí. Y ahí estás tú, durmiendo bajo la sábana mientras yo
te abrazo y susurro un “te quiero”. Te beso el cuello y alcanzo a oír tu tímida
risa. Junto nuestros cuerpos decidido a protegerte. Te giras lentamente y
susurras “buenos días” mientras te frotas los ojos; parece que hemos tenido el
mismo sueño y que los dos nos hemos despertado sorprendidos. “Estoy aquí, dame
la mano” susurro, mientras te escondes bajo la sábana. Siento cómo nuestras
manos se juntan y nuestros dedos se entrelazan tan fuerte que me cercioro del
todo que estás a mi lado, que eres de verdad, que lo que pasó en mi sueño, fue
también la más bonita realidad.
Y ahí estás tú, abrazándome bajo la sábana que fue testigo
de lo que sucedió la pasada noche.