Todo el mundo ha intentado alguna vez retratar la lluvia. Intentar recoger en una sola fotografía todas esas pequeñas gotitas de agua que caen del cielo, poder parar el tiempo para poder fotografiar un relámpago, poder pararlo solo un instante para que el flash ilumine la profunda penumbra de la noche. Mientras tanto, las gotitas caen sobre el alféizar de tu ventana y empañan los cristales de la habitación.
En una foto no sólo se retrata una imagen, también se retratan nuestros sentimientos, si estamos felices, si estamos tristes, o si estamos asustados.
Una imagen vale más que mil palabras.
La lluvia trae sentimientos contrarios.
Por un lado, pienso en estos días de lluvia y me vienen a la cabeza palabras como seguridad, esperanza, felicidad, añoranza, recuerdo, melancolía...
Y de repente, pienso en la infinita cantidad de personas sufriendo el agua, que no les trae felicidad, agua que tiñe las paredes y que moja los interiores de las casas, que no permite secar la ropa, que deja a los niños en casa...
La lluvia trae tristeza y alegría.
La lluvia, especialmente la lluvia, es aquella que me deja soñar, que me permite desconectar del mundo exterior, que me permite pensar y me hace reflexionar.
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