[...]Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.[...]
(El ruiseñor y la rosa, Oscar Wilde)
El verdadero amor no era el del estudiante hacia la chica, sino el que contenía la gota de sangre en el pecho del pequeño ruiseñor. El amor del frío estudiante hizo que el sacrificio de el ruiseñor fuese inútil, y pocas personas quedan como ese ruiseñor, que pueden llegar a sacrificar lo más importante por este sentimiento, por un amor ajeno, un amor que no sólo hará felices a las dos personas involucradas, también hará feliz a ese pequeño ruiseñor que ha hecho todo lo posible para que se haga realidad. En los momentos de mayor tensión el ruiseñor no esprime su dolor al clavarsele las espinas en el corazón, sino que canta con más fuerza al amor, un amor que será perfecto sólo cuando llegue el momeno de la muerte.
El amor es el único sentimiento por el que vale la pena vivir... y morir.
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