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16 de mayo de 2011

Locus Amoenus

El mar, un concepto amplio y a la vez exiguo. Si no fuese así de vasto, así de infinito. Si no fuese así de cerrado, así de abierto. Así de luminoso cuando es acariciado por el sol, así de oscuro cuando las estrellas y la luna aparecen y dejan caer su lúgubre telón.

Y yo estoy aqui. El mar, en el horizonte, parece besar el cielo, y las ondas marinas, que parecen pinceladas de azul lanzadas al azar por un pintor inexperto, escupen de vez en cuando manchas de espuma blanca. Lleno mis pulmones con este aire limpio y fresco y me dejo mojar por el agua de las olas que golpean mi cara. Sumerjo mis manos en el agua helada para poder sentirte. Tocar el agua es como tocarte a ti.

Una vez pensé que el Paraiso se encontraba aqui, en la riva del mar. Y ahora soy capaz de imaginar el mar aunque me encuentre en la monotonía de la ciudad. Esto es precisamente porque el mar está dentro de mi, el mar hace parte de mi. Es parte de mi Paraiso, es hoy. No después. Ahora. Es un momento que escapa pero que me hace sentir vivo durante esos pocos segundos que tarda en expirar.

Ahora el mar y tu estaís cerca y a la vez lejos, os dejáis amar e incluso odiar, sois la misma cosa. Sois mi prisión y mi libertad, un lugar ideal, mi LOCUS AMOENUS.

El viento empieza a soplar. Fuerte. Frío. Invernal. Punzante. Este viento hace que el sonido de las olas se acentúe. Me susurran, murmullando cosas que sólo yo entiendo. El viento me abraza.
Cierro los ojos y siento que el mar me reconforta. Parece que estás a mi lado admirando este precioso piélago que me hipnotiza.

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